http://www.elmundo.es/suplementos/magazine/2008/435/1201530636.htmlPor ELENA PITA. Fotografía de LUIS DE LAS ALAS
Cuando cumplió 95 años, su nieto, que es «muy cutre», le regaló un blog. Ella habla, el nieto teclea y más de un millón de internautas leen. En un año la bitácora en que María Amelia López Soliño vuelca sus inquietudes es un fenómeno que han llegado a premiar en Alemania
Habría de esperar 95 años para que la vida (o Dios) le diera lo que la Historia y su historia le negaron. María Amelia López Soliño es la abuela bloguera que a lo largo del pasado año consiguió comunicarse con los cinco continentes desde una ignota aldea gallega, y que la comunidad internauta eligiera y premiara su blog como el mejor en lengua castellana, según el certamen que organiza la cadena alemana Deutsche Welle: los BOBs (Best Of Blogs). Más de un millón de visitas ha recibido su página, ?0.000 comentarios, 20.500 referencias en Internet.
Pero bajo esta apariencia prodigiosa se esconde una realidad tangible que viene a decir: a) que Internet es un arma poderosísima que, recuerden, hace ?5 años parecía fábula pero que ha cambiado nuestras vidas, y b) que nuestro pasado patrio ha frustrado y truncado la vida de muchos, especialmente de muchas.
María Amelia, ya con 96 años, que ha sido perfilada por los medios de comunicación como una pobre abuela cándida abducida por la telemática como válvula de escape a su soledad, es en realidad una mujer corajuda y presumida. Y el premiado blog, su último intento de imponerse al destino. «Ya me dice mi hermana: ‘María Amelia, tú merecías algo distinto a los demás...’».
La broma del nieto. Todo empezó por una broma de su nieto: «Abuela, entra en el salón, hay alguien que quiere hablarte». Entró y encontró una pantalla, que no era el televisor, donde un señor le hablaba y respondía a sus exclamaciones de incredulidad: «Pero esto qué es, ay, esto es cosa del diablo».
María Amelia, una mujer leída e instruida, sí había oído hablar de Internet, «un adelanto de las comunicaciones y la tecnología que servía para los negocios; una cosa de máquinas». Pero entonces el nieto le enseñó qué utilidad podía tener aquello en la vida de cualquiera: acercar conocimientos, asomarse a cualquier rincón del planeta, hablar con los lugares más recónditos. Y ella: «Ay, pues yo quiero uno».
Dada su proverbial tenacidad, el nieto no tuvo más remedio que facilitarle el acceso a ello, y el día de su cumpleaños le regaló, pues eso, un blog. «¡Un bloc!, ¿y yo para que quiero un bloc?, ya tengo muchas libretas, yo escribo nas miñas libretas».
Juntos (ella habla y él teclea) escribieron las primeras palabras: «Amigos de Internet, hoy cumplo 95 años. Me llamo María Amelia y nací en Muxía (A Coruña) el 23 de diciembre de ?9??. Hoy es mi cumpleaños y mi nieto, como es muy cutre, me regaló un blog. Espero poder escribir mucho y contaros las vivencias de una señora de mi edad». Y su efecto fue como el de una pócima mágica: «Al cabo de un rato tenía más de 2.000 respuestas, desde Holanda, Chile, Japón...».
Entonces tuvo miedo, miedo de que aquello permitiera entrar en su vida a gente con malas intenciones; miedo al alcance de lo desconocido. «Cuando iba para la cama tenía miedo: ¿en qué me voy a convertir yo ahora? ¿Y si me matan? ¿No traerá esto también algún perjuicio?». No en vano, María Amelia López Soliño, de los López Abente, una familia ilustre en Galicia, de escritores (sobrina de Eduardo Pondal), generales y galenos, y de los Soliño, ilustres también, pero en el comercio de Cuba (Ramón Areces fue empleado de su tío, Ramón Soliño, reconocido como el mejor comerciante en la isla anterior al comunismo), había recibido una educación religiosa y burguesa.
Aquella chica de buen ver. Nació en Muxía y se crió en la villa de Corcubión, un pequeño enclave de la Costa da Morte donde siempre se ha cultivado un espíritu ilustrado, receptor de nuevas ideas. Fue hija de una familia con posibles, pero su padre, funcionario de aduanas, nunca le permitió estudiar. Así pues la chica, de buen ver e ideas progresistas, hubo de esperar a que terminara la contienda civil para reunir «el equipo», o sea, ajuar. Se casó a los 32 años con un profesor mercantil sin trabajo por la fama que ella tenía de roja, corredor de seguros y agente de la banca a la postre, que le dio una vida asentada y un único hijo, bancario a su vez y muy instruido. El retoño se casó, tuvo dos hijos y enviudó en la treintena, dejando a María Amelia al cargo de dos nietos y un marido que habría de sobrevivir 20 años a una enfermedad mortal.
Le ocurrió como a la mayoría de los ancianos, que terminó arrumbada en una residencia, pero de nuevo su coraje se impuso y después de ocho años consiguió salir de allí para ir a vivir con su nieto y pasar largas temporadas con familiares y amigos. Pero los años y las artritis, pródigas en una tierra oscura y húmeda como Galicia, le fueron restando movilidad paulatinamente. María Amelia no se resignaba a la soledad de una casa de campo, en una aldea cuyo nombre no debo mencionar, como tampoco el nombre del nieto (política de privacidad), cercana a Pontevedra. Su blog vino a rescatarla de esa soledad que tanto detesta.
Internet, ¿amigo o enemigo? Le pregunto si en realidad se siente a salvo o si no será Internet un disfraz de esa soledad, un placebo para soportarla. Paradójicamente, padres y educadores tienen en la Red al peor enemigo de la sociabilidad de los niños, un virus, que rápido contagia el llamado «aislamiento tecnológico». «De eso nada, es cuestión de saber elegir, saber usarlo: Internet es el mejor profesor que puede tener un niño. Si yo a los ?? años hubiera tenido esto, hoy sabría hablar muchos idiomas, sabría Matemáticas, Geografía, Historia, todo. Yo no fui a un colegio de monjas, porque no lo había en mi pueblo, pero tuve profesores particulares en casa, unas horas al día. Con Internet puedes aprender todo el tiempo que quieras. Internet no te aísla, yo me relaciono con todo el mundo, y aprendo sobre todos los rincones del mundo, me estoy cultivando».
Estamos en los salones del Gran Hotel de La Toja, disfrutando de un té bajo un cielo que también compartimos con las británicas islas, en agradable conversación.
– María Amelia, ¿con cuántas de esas personas se podría ir a tomar un café, de ganchete?, ¿a cuántas ha tocado, olido, visto?, ¿cuántas horas dedica usted a comunicarse en la distancia?– Yo me tomo el café en casa mientras hablo con los blogueros, y antes no tenía con quien hablar ni a quien escuchar. Navego poco, porque necesito a mi nieto para todo, salvo para leer la prensa. Él se va a trabajar y me deja el ordenador preparado para leer los periódicos y el blog, y me imprime todos los correos, y los leo y releo. Pero claro, se me ocurren muchas cosas y tengo que esperar a que él venga para contestar, porque con el teclado no me entiendo, apenas lo veo, por las cataratas. Me gustaría que enseñara a mi cuidadora a manejarlo, pero no tiene tiempo.
Volver a tener 17 años. Se refiere a Liliana, una colombiana que lleva tres meses con ella, que camina junto a ella como otrora lo hicieron las damas de compañía. También lo está intentando con un micro, pero María Amelia, con su locuacidad, sería capaz de dejarle al nieto tarea grabada para siete noches y sus días. La abuela ha leído sobre un programa informático que reconoce la voz y, erre que erre, no hay quien la convenza de que el invento tiene aún sus limitaciones técnicas.
– María Amelia, ¿cuántos años le gustaría tener?–Diecisiete.
– ¿No le daría pereza volver a aprenderlo todo, volver a vivirlo?– No, no, no: mejor lo viviría [se ríe, pícara]. No me pillaban a mí así, tan tontamente: yo fui una imbécil. Y siento mucho no vivir esta época. Lo único que antes era mejor son los alimentos [y lo dice una mujer de muy buen diente, acostumbrada a la buena mesa]. Y el respeto, especialmente a la hora de hablar y, sobre todo, las mujeres, que olvidan la dulzura y dicen palabras soeces, como siempre han dicho los hombres, porque quieren parecer hombres.
– Es lo que tenemos. ¿Para qué entonces quisiera volver a vivir ahora?– Para ser independiente y que nadie me molestase. Y para no hacer tantos sacrificios.
Yo he sido una infeliz. Y me di cuenta de que me había equivocado nada más casarme. Si me hubiera quedado soltera me hubiera pasado la vida viajando, y empleada, como yo quería. Pero mi padre nunca me dejó, luego tampoco mi marido: la oficina no era para mujeres.
Nació en una familia acomodada y le brotó, no obstante, un espíritu libertario y justiciero que aprendió de un amigo mayor, en Corcubión, «que en vez de estudiar una carrera se dedicaba a aprender de la vida. Sabía de política, de música, de Historia, y él fue quien me instruyó, conversando».
Pero le viene también de su propia historia y de decir siempre la verdad. Fue una niña religiosa o «virtuosa», como ella misma dice: «Yo era senadora de Hijas de María, de los Jueves Eucarísticos, de los Trece martes de San Antonio, de los Siete domingos de San José... Pero luego esto acabó repugnándome». Cuando se dio cuenta de que todo aquello era producto de un miedo inculcado a la condena divina predicada por los frailes, y porque el Movimiento la multó por inmoral, por enseñar sus muñecas en la iglesia con una rebeca de manga francesa.
La multaron también por izquierdista, lo que aceptó como un honor («yo siempre estuve con los obreros que sudaban en el puerto las camisetas rotas, sigo estándolo»). La envidiaban, dice, por su clase social y sus ideas progresistas, y por su agraciado físico. Cuenta que cada vez que visitaba A Coruña le seguían los de la secreta.
Reivindica María Amelia para sí el título de la activista socialista de mayor edad en el país. Lo ha hecho en mítines de PSOE y en todo foro donde le hayan escuchado, se lo dijo a Alfonso Guerra y a Ramón Rubial en persona. «Yo soy socialista desde los ?6 años, pero mi padre me hizo jurarle que no me afiliaría nunca al partido, porque habíamos visto muchas atrocidades, como el asesinato de unas maestras de Corcubión. Mi padre era un dictador, con los horarios, las costumbres, y siempre quiso cortarme las alas, pero era republicano por oposición a los caciques locales que se hacían ricos especulando con préstamos».
Reivindica también a viva voz el olvido y el perdón: «Yo soy cristiana de las de verdad». Cuenta una anécdota que podría resumirlo todo. A su familia, republicanos liberales, los salvó en el 36 el hijo de un comandante que a buena hora llegó a veranear a la villa marinera; ahora, 7? años después, un sobrino de aquel señor se ha convertido en uno de sus blogueriños: las vueltas de la vida.
Remitentes airados. Pero, aunque perdona, difícil le resulta evitar remitentes airados que parecen aguardar en casa con el mosquetón, llenos de ira, porque celebra el espíritu navideño, o porque alienta la igualdad o la justicia solidaria, o porque desvela su intención de voto o alaba a Gallardón: opiniones, sin más. «A uno de ellos lo puse nuevo, quería hacerse famoso en mi blog, porque el suyo nadie lo visitaba, porque decía cosas incoherentes. Yo elijo a mis amigos, a los que no me gustan no les contesto y dejan de escribirme [doy fe, a mí misma me costó tres meses ganarme su confianza para hacer esta entrevista]».
Se estarán preguntado los profanos qué cosas les cuenta la abuela a sus blogueros. Pues cosas de la vida. Alienta por ejemplo la solidaridad entre los ancianos y ya le gustaría a ella, ya, tener aún vitalidad (que la tiene) para organizarlos contra el ostracismo al que les condena el establishment y la vida moderna: «Las viejas hoy mueren en el sillón, con la pastillita, despiertan y les dan un vaso de leche y otra pastillita, y pasan el final de sus vidas sin enterarse de lo que ocurre en el mundo. Yo me armé de fuerzas, reivindiqué mis derechos y mis deberes, y me levanté».
Al menos, ahí está su ejemplo, para que quien quiera lo siga: contra los límites del tiempo, las barreras de la edad y el conocimiento. «Les digo a todos los hijos: ‘En vez de meter a tu madre en una residencia, regálale un Internet, que aprenda a vivir en el mundo de hoy’. A las viejas se las arrincona».
"El mundo es precioso". También les habla en el blog, o les vierte, su ideario político y social, claro, y cuenta la Historia, que es la suya, con minúsculas. Y su visión del mundo. «Hoy hay más cultura y más información, pero hay también mucha inquina. ¿No viste lo que pasó en el Parlamento? Y antes daba gusto, escuchar tanto a la derecha como a la izquierda, Maura o Azaña. El mundo es precioso, Dios nos puso en un paraíso y yo ya no iría al cielo, me quedaría aquí si hiciéramos un mundo para todos. Pero hay demasiada ambición de dinero y de poder, nos hemos vuelto todos más egoístas. Hay asuntos por los que no me callo aunque me maten, como la denuncia contra quienes invadieron y masacraron Irak por el petróleo: esos ya están en el infierno».
Tal vez no sea más terrible el odio que hoy nos enfrenta, dice, testigo de una contienda fraticida, «pero entonces no había cosas como las bombas de racimo, que matan indiscriminadamente. Y eso lo vi yo caer sobre Bagdad, niños sin brazos, sin ojos... Tuve que dejar de ver la tele, porque estas cosas me hacen mucho daño y ya he visto demasiado en la vida».
Ella vuelca sus ideas, francas, despiertas, y los blogueros, «mis blogueriños», se encariñan con ella, la elogian, gente entre ?3 y 80 años. Las vuelca como le salen, sin prepararlas, con la sinceridad que siempre la ha movido. Y es tal vez esa naturalidad, además de la proeza de romper los límites del tiempo, lo que premiaron los internautas, visitantes de un blog que ni siquiera ella o su nieto saben quién presentó a concurso. «El mundo da muchas vueltas», dice María Amelia. Y ella se ha montado a la última.